Inuvik, como venía comentando, sobrevolaba románticamente, cual Cicely canadiense, mi imaginación de raíces noventeras en la cual no importaba que un café con leche pudiera costar 6.5 euros, hecho que sí le importaba a mi bolsillo post-dos-mil.
Al poco de llegar, pudimos comprobar la ciudad nos ofrecía pocos estímulos visuales y gastronómicos, lo justo para pasar un día y emprender el regreso Dempster "abajo". El tiempo tampoco acompañaba, no paraba de lloviznar y estábamos a unos 5ºC. Tampoco podíamos disfrutar del espectáculo del delta del Mackenzie ya que no había ningún punto alto en toda la llanura.
A decir verdad sí que había una manera de ver el delta en toda su magnitud, pero nos resistíamos a pagar el pasaje de unos 400 euros por persona de ida y vuelta hasta Tuktoyaktuk, un pueblo aún más lejano y al que sólo se puede llegar en avión en verano, ya que hasta allí sólo se puede acceder en coche por una carretera de invierno. Que, ¿qué es una carretera de invierno? lo que viene a ser un río congelado o páramo inundado, por lo tanto un camino impracticable en verano.
Tras acampar en el Happy Valley Territorial Park, darnos una buena ducha de agua caliente, porque eso sí, lo mejor de este cámping es la calefacción en los lavabos y la lavandería, nos hicimos una idea rapidísima del pueblo creyendo que sería nuestra primera y última visita.
Inuvik, pasado el tiempo, la distancia y curadas las heridas de la impotencia de un secuestrado hacia su raptor, se me vuelve a presentar con sus líneas rectas, calles insulsas, casas desconchadas y charcos perennes un destino a visitar.