Volver a recorrer los casi 200km que nos separaban de Inuvik supuso un KO técnico para nuestro maltrecho ánimo.
La ciudad en el Norte nos volvió a recibir con lluvia y mal tiempo, pero necesitábamos aprovisionarnos, ducharnos e intentar obtener información de la situación real del Peel, algo más allá del mantra consabido. El problema del Ferry eran los grandes troncos que seguían bajando arrastrados por la fuerte corriente que chocaban contra el cable guía, que se podía partir si aumentaba mucho la tensión sobre él. En cualquier caso, nadie podía asegurarnos cuándo volvería a circular el Ferry.
Algunos habitantes y organismos de Inuvik se pusieron en marcha para ofrecer actividades con las que entretener a los turistas atrapados. Aprendimos el arte de la fabricación de canoas y a hacer ornamentos regionales entre otras cosas.
Los turistas que pudieron regresaron en avión, pero los que teníamos coches propios o alquilados no podíamos escapar tan fácilmente a no ser que quisiéramos pagar un coche nuevo a la agencia correspondiente.
Como siempre, las historias empezaron a circular. Historias de aquellos que habían tenido algún accidente en la Dempster y se habían tenido que quedar a pasar el invierno trabajando para poder subsistir. Empecé a preguntarme de qué podría trabajar en un sitio tan diferente a mi lugar de origen. La verdad es que me costaba imaginar un invierno en un sitio donde ya tenía frío en verano a pesar de llevar constantemente la chaqueta de plumas puesta.
El undécimo día llegó la noticia: el Ferry del Peel estaba funcionando pero no sabían durante cuánto tiempo estaría en marcha. La nueva se propagó y cual bandada de estorninos nos echamos carretera al Sur.
El Klondike, Dawson City y el espíritu de Jack London nos estaban esperando.